¿Cómo el estrés debilita nuestras defensas?
El impacto del distrés crónico en el sistema inmunológico – Una mirada desde la PNIE
I. Introducción
En los últimos años, se ha vuelto cada vez más común recibir en consulta a personas con infecciones que no terminan de curarse, enfermedades autoinmunes reactivadas o síntomas inflamatorios difusos que no tienen una explicación médica concreta. Detrás de muchos de estos cuadros hay una constante: estrés emocional sostenido, que opera en silencio pero deja huellas medibles en el cuerpo.
Desde el enfoque PNIE, este fenómeno se entiende como una interacción compleja entre el sistema psicologico, el endocrino y el inmune. Comprenderlo no solo ayuda a mejorar el abordaje clínico, sino también a empoderar a los pacientes desde un paradigma integrador y con base científica.
II. ¿Qué pasa en el cuerpo cuando vivimos bajo estrés constante?
La respuesta al estrés se activa a través del eje HHA (hipotálamo-hipófisis-adrenal), una red neuroendocrina que regula la liberación de cortisol, nuestra hormona principal de respuesta al estrés. En situaciones puntuales, este sistema es protector: nos prepara para responder, adaptarnos, resolver. Sin embargo, cuando el estrés se vuelve crónico o traumático, el eje HHA se desregula, y el cortisol deja de cumplir su función adaptativa para convertirse en un agente inmunosupresor y proinflamatorio.
Sapolsky et al. (2000) destacan que los glucocorticoides (como el cortisol) tienen efectos múltiples sobre el sistema inmune: pueden suprimir, estimular o preparar al organismo, dependiendo del contexto. En escenarios de estrés sostenido, predomina el efecto supresor, debilitando las defensas y favoreciendo la inflamación crónica.
III. ¿Cómo impacta esto en el sistema inmune?
Nuestro sistema inmunológico tiene dos grandes ramas: Innato (respuesta rápida, inespecífica).
Adaptativo (respuesta más lenta pero específica y con memoria).
El cortisol elevado durante períodos prolongados afecta ambos sistemas:
- Disminuye linfocitos T y células NK, esenciales para combatir virus y células tumorales.
- Reduce citoquinas antiinflamatorias, como la IL-10.
- Aumenta citoquinas proinflamatorias, como IL-6 y TNF-α, asociadas a inflamación crónica.
- Inhibe la comunicación entre células inmunes, afectando la coordinación general del sistema.
Según Cohen et al. (2007), las personas con mayores niveles de estrés psicológico tienen mayor riesgo de enfermarse tras exponerse a virus respiratorios, aún teniendo el mismo contacto viral que personas con menor estrés.
Dhabhar (2014) amplía esta perspectiva: el estrés agudo puede incluso potenciar la inmunidad temporalmente, pero cuando se sostiene en el tiempo, la exposición crónica al cortisol deteriora la eficacia inmunológica y promueve disfunciones autoinmunes.
IV. Manifestaciones clínicas frecuentes
En la práctica, este desequilibrio puede verse reflejado en:
- Infecciones recurrentes (gripe, herpes, cistitis).
- Retardo en la cicatrización.
- Empeoramiento de enfermedades autoinmunes como lupus o psoriasis.
- Síntomas inflamatorios inespecíficos.
- Mayor susceptibilidad a alergias y fatiga crónica.
Muchos pacientes viven con una carga alostática elevada, es decir, un desgaste acumulativo por adaptarse continuamente al estrés, sin momentos reales de recuperación. Esto deteriora progresivamente su capacidad inmunológica.
V. La importancia de intervenir desde un enfoque integrativo
Una intervención efectiva no puede limitarse al abordaje farmacológico. Necesitamos estrategias que restablezcan el equilibrio del sistema psico–neuro–inmuno–endocrino, y para eso es fundamental integrar:
- Técnicas mente-cuerpo: relajación progresiva, respiración consciente, mindfulness.
- Hábitos de autocuidado: nutrición antiinflamatoria, sueño reparador, movimiento corporal adaptado.
- Trabajo vincular: reconstrucción de la red de apoyo emocional.
- Bio Psicoeducación: ayudar al paciente a comprender cómo su historia bioemocional se manifiesta en el presente.
- Psicoterapia: para identificar y modificar factores disfuncionales y potenciar recursos de salud.
Desde Centro Humana, incluimos estos ejes en nuestras formaciones y en la clínica diaria, con un enfoque que combina evidencia científica, intervención psicológica y trabajo corporal.
VI. Conclusión aplicada
El sistema inmunológico no es un sistema aislado, responde al entorno, a los vínculos, a los pensamientos, a la historia de vida.
El cuerpo no olvida lo que la mente calla, y cuando el estrés se vuelve crónico, los síntomas aparecen en el área biológica y en otras áreas de la persona.
Como profesionales de la salud, necesitamos herramientas que nos permitan pensar al cuerpo más allá del síntoma, e intervenir desde esta complejidad.
En el Curso N2.7 de Centro Humana trabajamos estrategias concretas para el cuidado del sistema inmune desde la PNIE: sueño, microbiota, estrés, nutrición e intervención terapéutica.
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Referencias bibliográficas
- Sapolsky, R. M., Romero, L. M., & Munck, A. U. (2000). How do glucocorticoids influence stress responses? Integrating permissive, suppressive, stimulatory, and preparative actions. Endocrine Reviews, 21(1), 55–89. https://doi.org/10.1210/edrv.21.1.0389
- Cohen, S., Janicki-Deverts, D., & Miller, G. E. (2007). Psychological stress and disease. JAMA, 298(14), 1685–1687. https://doi.org/10.1001/jama.298.14.1685
- Dhabhar, F. S. (2014). Effects of stress on immune function: the good, the bad, and the beautiful. Immunologic Research, 58(2), 193–210. https://doi.org/10.1007/s12026-014-8517-0